He cometido un terrible error…
Mi amor era una flor. Una flor nueva, brillante, dulce, delicada y perfecta. A los rayos del sol se le notaba la inocencia de sus colores, de su apariencia. No sabía nada. No tenía conocimientos de amor. Mucho menos de pasión.
Yo tomé esta flor delicada y le hice aprender a amar. Le enseñé secretos de pasiones, de amores, de tacto. Secretos de besos, de sueños, de suavidad. Y le di un brillo nuevo a sus ojos. Sus colores se fortalecieron. Su actitud era alegre, dispuesta, sumisa y tierna.
Era mía y era sólo para mí. Tenía ojos para mí, manos para mí, voz para mí. Toda ella era mía.
Podía gozar del cariño aterciopelado de sus pétalos cuando me sentía solo, podía tocarla y admirar sus colores cuando estaba aburrido. Dormía junto a su perfumada presencia cuando estaba cansado. Y me daba su néctar dulce cuando tenía hambre.
Pero pronto, sus atenciones y sus cariños comenzaron a cambiar…
No con respecto a ella, sino respecto a mí. Ella seguía siendo tan adorable, dulce y bondadosa como siempre. Pero yo había cambiado. Sus colores ya no me parecían interesantes, su suavidad me daba escozor, su néctar carecía de sabor, y su presencia era un estorbo para mí.
Al notar mi indiferencia, la flor presionó más, y más y más para que de alguna manera pudiera compensar la falta de mi atención hacia ella. Para que de alguna forma vuelva a ser todo como era antes. Pero yo lo sabía: no era como antes. Hasta que su desesperación y presión resultaron insoportables para mí. Me estresaba ir a verla. Me irritaba acompañarla y mi flor pequeña y dulce se volvía un poco más opaca cada día, al notar mi indiferencia, al intentar con tanto ahínco enamorarme otra vez.
Hasta que decidí abandonarla…
No importa cuántas veces me suplicó que me quedara, que haría lo que sea, que se apartaría para darme un cierto espacio, mi decisión estaba resuelta, y ni su voz dulce y triste doblegaron mi elección.
La dejé en el campo. Sola. Llorando. Y en ningún momento miré atrás. Ya no sentía lo mismo que cuando la vi por primera vez.
Y ahora la veo hermosa, pero cambiada…
Sus colores se oscurecieron, sus pétalos que en algún momento eran suaves ahora eran ásperos, el brillo de sus ojos era una luz asesina: sólo un punto blanco incandescente en el negro de sus ojos. Habla con autoridad, con cinismo, con ironía. Lo que antes era delicado y blando, ahora era duro y fuerte. Y la debilidad adorable de la cual me enamoré se convirtió en acero. Y su risa que antes era cantarina y baja, se convirtió en una risa filosa como una navaja, firme y estridente. Todo rastro de delicadeza, ternura y compasión se habían convertido en fortaleza, sensualidad e incluso un poco de crueldad.
Su sencillez, su calor y su simpatía murieron cuando la dejé. Había matado su corazón, su afecto y su suavidad a lo que luego evolucionó en una flor peligrosa y arrebatadoramente hermosa.
Entonces es cuando un sentimiento, que creía muerto, vuelve a florecer en mí…
Ruego que si en su alma hay algo de rencor o algún deseo de venganza hacia mí por favor que los ejerza. Que me use y que me duela. Que vuelva a hablarme, que me maltrate y que me traicione. Pues no quiero otra cosa más que su atención, quiero merecerla, quiero ser suyo y no quiero separarme de ella.