Catarsis... Otra vez.
Advierto que de eso se trata este blog, así que si estan preparados y si tienen la curiosidad suficiente como para leer cosas que algunas personas tacharían de “emo” pues, be my guest...
Esta tarde, el clima gris (aunque a mi me encanta) me pintó el humor con sus colores y me llevó a reflexionar... Cuando hablo de “estar gris” me refiero a que ni la felicidad ni la tristeza me llenan: soy un pedazo de carne tibio que analiza distintos temas -sobre todo los emocionales- con más objetividad que de costumbre.
Esta tarde, me surgió un resumen mental de lo que hasta ahora fué mi caótica adolescencia.
Ahora, todos dicen (o la gran mayoría) que es la mejor edad, que hay que aprovechar, que son etapas hermosas pero recién ahora tengo razones para decir que ESTA etapa, estos dieciséis años cási encima de los diecisiete (cumplo en veintiséis días), es... “aceptable con inclinación a bonita”. Desde el primer año de secundaria sólo recibí razones para decir que esta estapa es un verdadero infierno. Y es que quizás mi mentalidad circula por un camino diferente... No lo sé. A veces me convenzo de que en mi entorno son todos idiotas (es una posibilidad). O a veces me convenzo de que soy rara. En fín, no quiero hablar de eso hoy...
En el primer año, con trece años me enamoré y ese acontecimiento puso de cabeza mi mundo. Era una obseción insana, por supuesto. Tan corrosiva era que incluso atenté contra mi propia vida, por que el individuo, obviamente, no me quería. Ese es el intento de suicidio número uno. No tenía motivaciones en la vida y todo se resumía con que un mocoso de segundo año era la razón para vivir que tenía. ¡Error! ¡Tremendo error!. Y el mal de amores llegó con todo lo que eso significa: llanto doce horas por día, depresión las veinticuatro horas, maquinación de suicidio seis, y escribir cartas que nunca llegarían a su destinatario un par de horas.
El segundo año fué terriblemente peor... Dicen que hay que golpearse la cabeza contra la pared repetidas veces para aprender, pues, eso es lo que yo hice. Me rompí la cabeza contra la pared con el segundo individuo. Lo conté tantas veces que ya me cansa decirlo pero en resumidas cuentas (porque esto es un resumen) el me quería, yo me enamoré, eramos amigos, no me quiso más, seguía enamorada, arruiné una amistad. YYYYYY el mal de amores llegó con todo lo que eso significa: llanto doce horas por día, depresión las veinticuatro horas, maquinación de suicidio seis, y escribir cartas que nunca llegarían a su destinatario un par de horas x 2. Aquí tiene lugar el segundo intento de suicidio y como no quedé conforme -porque sobreviví, obviamente, sino no estaría escribiendo esto jeje- traté con el suicidio número tres. Siempre el mismo modus operandi: cortes. Quería morirme desangrada en algún baño del colegio. Asqueroso y vergonzoso.
Este amor resultó más doloroso que el anterior porque este era correspondido, pero no se puede esperar mucho de un masculino de catorce años y menos que menos, amor. Tiendo a idealizar a las personas, lo he dicho anteriormente y por eso asumí que este me quería con el mismo cariño que profesaba yo.
Ah, en fín, sigamos...
En el tercer año seguía enamorada, pues era compañero mío de clase. No podía evitarlo, porque llenaba mi entorno. Era mi sombra y estaba conciente de mi cariño hacia el porque jugaba conmigo. Si lo tuviera enfrente quisiera decirle un par de cosas, y arrancarle otro par por las humillaciones que me hizo pasar ese año pero ese es otro tema...
Tercer año fue más sosegado que el primero o el segundo pero igual sufría. La ayuda de profesionales en el campo de la psiquis me ayudarón a salir adelante y abandoné mis locas ideas suicidas. Estaba mejorando. Sufría, pero mejoraba.
Hasta que llego cuarto año... Un cambio radical se produjo en mi vida porque cambié de colegio, otro ambiente para olvidarme de mis demonios del anterior... Porque estaba muy cansada y quería paz. No me enamoré de nadie nuevo y la tranquilidad que tanto buscaba -en ese campo- llegó, logrando que el año pase aletargado, lento y aburrido.
Me proyecto en un campo oscuro y con luciérnagas. Pequeños puntitos luminosos. Ahí están mis motivaciones, las cosas que me hacen seguir viviendo. Hay algunas más grandes que otras, y una en particular -que aún no es tiempo de anunciar- se está haciendo cada vez más grande (peligrosamente grande, pero ¡que va!, en el futuro lucharé contra ella) . Si uno se atasca en la cotideaneidad, no hay peligro. Y yo estoy atascada. No estoy lista aún para aventuras, ahora sólo estoy descansando, pero, conociendo a mi espíritu inquieto, querrá más... Querrá despertar.
Pero... Por ahora, no estoy lista para regalar otra parte de mi alma, porque tanto Francisco, como Tomás, inexorablemente son dueños de partes de mi alma. Ellos son, en parte, arquitectos de lo que hoy soy YO. Construyerón mi feminidad, mi amor por el amor, mi coquetería... En parte, me hicierón mujer. Faltan limar asperezas de mí, falta aprender, pero por ahora, no quiero otro maestro. Quizás es porque (auntoestima baja o lo que sea) tengo terror al rechazo. Tengo miedo. Y es que dos experiencias fallidas en este campo me hicierón demasiado cobarde como para decir “la tercera es la vencida”. Hay alguien que amenza con romper esta burbuja pero tengo miedo, porque se que no me querrá (Sip, definitivamente, baja auntoestima). Siempre me imaginé como un mail, al que rebota en el Messenger, no es aceptado en ningñun lado (¡baja autoestima al ataque!) . Obviamente, es un miedo que hay que superar, pero... por ahora, solamente quiero paz...
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