jueves, 10 de junio de 2010

Viento

Parte 13: William Woodred


Frente a ellos se alzaba una obra arquitectónica enorme. Colosal. Parecía una versión más pequeña del Palacio de Versalles, salvo que esta residencia estaba hecha de ladrillos rojos. A su lado, había un invernadero, canchar para hacer deportes, un circuito para hacer equitació y, por supuesto, los establos. Parecía un club, una sociedad exclusiva. En las canchas se podía ver a un grupo de niñas practicando esgrima, mientras que en el circuito algunas de ellas hacían trotar a sus caballos.

-Es... es... magnífica- dijo Klauss anonadado.

-Es nuestra casa- dijo Carmensita como si eso lo justificara todo.

Dios santo, interesante estadía iba a tener el señor Queradim...


Al aproximarse a la mansión Klauss distinguió a un grupo de figuras en la entrada: dos jóvenes criadas y un hombre maduro. El hombre era alto, quizás tanto como Klauss. Iris había mencionado una vez que el señor Woodred estaba en sus cuarenta y tantos. Pues este hombre tenía las arrugas de los cuarenta y la barriga de los cuarenta correspondientes que un hombre feliz y satisfecho puede tener a esa edad. Su mirada vidriosa y cordial estaba brillante por el rayo de sol que cruzaba sus lentes. Todo en su apariencia era elegante e inspiraba confianza y seguridad salvo su pelo: era un nido blanco de pelusas con mechones que iban en todas direcciones. Le recordaba a Beethoven.

-¡Señor Woodred!- gritó Carmensita al momento en el que saltaba de su pony y abrazaba al hombre con toda su energía.

El señor Woodred río, abrazó a la pequeña y le revolvió el pelo en un gesto paternal que el padre de Klauss aún le hacía a él mismo.

-Carmen, querida. ¿Qué tal el viaje? ¿Has cuidado a tus hermanas?-

-¡Sí! Y traje a Klauss. Todos están sanos y salvos- dijo con una sonrisa con agujeros.

-¡Excelente! Hola Iris- al ver a su otra protegida bajar elegantemente de su yegua.

-Señor Woodred- saludó ella con una sonrisa. Se apretaron la mano y él le acarició la mejilla, cariñosamente.

-Hola Sibila- dijo al ver a la joven aún montada en su caballo negro a lo que ella le respondió con una inclinación de cabeza y un respetuoso “señor”. Sin sonrisa. Sin inmutarse.

Klauss no se sorprendió ante ese frío saludo, tan diferente a las sonrisas y los abrazos de Iris y Carmen; pero aún así pudo notar que en esa simple palabra se escondían un afecto, respeto y admiración totales.

Al bajar el del carruaje la mirada del señor Woodred se fijó en él. Sus ojos claros eran penetrantes y Klauss comprendió que había temido a ese momento. Al momento en el que conocería a William Woodred, padre, maestro y ejemplo de sus amigas. Ejemplo de Sibila… Le tenía miedo. De alguna manera, a ese hombre es a quien tendría que pedirle la mano de Sibila cuando llegara el momento. Tenía que agradarle. Tenía que tener su aprobación…

-Vamos, no tengas miedo, tonto- le susurró Carmensita, mientras Iris lo empujaba a su encuentro con su padre.

-Señor, le preseto a Klauss Queradim- dijo la joven. –Klauss, el es el señor Woodred, nuestro padre y maestro-

-Klauss… Es un placer conocerlo- dijo Woodred estrechando su mano con una sonrisa. –Me alegro muchísimo de que se encuentre con nosotros en nuestra casa- -Niñas, por favor ¿Serían tan amables de llevar las pertenencias del señor Queradim a su habitación?- les dijo a las dos criadas que con una sonrisa obediente llevaron sus pertenencias al interior de la mansión. Klauss se maravilló con el afecto que ese hombre les tenía incluso a las criadas.

-Carmen, Iris. Preparen el salón principal para presentarles a las niñas nuestro nuevo huésped y para que él las conozca- les ordenó a las jóvenes a lo que ellas respondieron un “sí señor” y fueron felizmente al interior, no sin antes darle una mirada de aliento a Klauss.

-¿Sibila?- preguntó el hombre.

Sibila desmontó y acarició la testuz de Coronel ausentemente.

-Voy a llevar los caballos al establo- y dicho esto saludó con una inclinación de cabeza a los dos hombres y se retiró. Por un momento Klauss se abstrajo observando el elegante cuello de Sibila mientras se alejaba con los animales. Parecía una amazona.

-Iris y Carmen me hablaron mucho sobre usted, señor- interrumpió el señor Woodred.

-Lo mismo digo, señor. Lo admiran mucho y lo quieren mucho- respondió Klauss, algo nervioso.

-Son niñas muy buenas. Carmen es muy inteligente ¿lo notó? Y la pobre de Iris… tan distraída pero tan cálida y alegre. Sibila también es muy buena y amable, quizás no lo haya notado por su carácter frío pero lo es-

-No dudo de que todas son muy buenas chicas, señor. Es verdad que Sibila es algo reservada y no he conversado con ella pero puedo ver que es buena y educada-

-Siempre ha sido así. Fría y poco demostrativa pero sé que le cuesta. Téngale paciencia como le tenemos todos nosotros. Ya verá- dijo el señor Woodred con ojos pícaros. ¿Acaso descubrió que Sibila le atraía?

-En fín, debemos entrar para hacer las presentaciones, no hay tiempo que perder. Pero mientras las niñas se preparan le mostraré las instalaciones- dijo.

-Muchas gracias, señor- y lo siguió, bordeando la casa.

Caminaron por un largo sendero dónde había un jardín repleto de arbustos con formas de caballos, flores, cipreses y piedritas hasta llegar al invernadero.

-Aquí está el invernadero. Carmensita no se cansa jamás de hablar de él. Aquí es donde cultivamos cierto tipo de vegetales, algunas flores que no están en estación y mis hierbas para los remedios. Quizás le hayan comentado las niñas, que solía ser botánico-

-Sí, señor. Iris me lo comentó-

-Cuando era más joven y tenía menos barriga trabajé tanto que adquirí una fortuna considerable y decidí retirarme tempranamente a un lugar tranquilo en el cual vivir. Encontré este pueblo y esta residencia. Encontré a estas niñas y decidí hacer un cambio: decidí cuidarlas y enseñarles todo lo posible para poder manejarse en la vida independientemente y triunfar. Cuando llegué aquí este lugar estaba en muy malas condiciones. Las niñas estaban vestidas con trapos y podían verse sus huesos atravesando su piel. Imagínese como hubieran sobrevivido, si es que sobrevivían…-

Klauss no conocía ese detalle del horfanato. Imaginó a las dos pequeñas Iris y Sibila en huesos, sucias y enfermas. Imaginó a Carmensita, más pequeña aún… A Lizzie cuidando de Carmen cuando ni siquiera podía cuidarse ella misma…

-Que terrible…- dijo, entristecido.

-Lo es… Lo era. Pero no es momento de estar triste. Las niñas son felices y trato de que tengan todo lo posible para serlo. Y ahora ha llegado usted: un amigo para ellas. Elizabeth, Carmen, Iris e incluso Sibila han estado diferentes desde su llegada a Leiless Hill-

¿Sibila también estaba diferente?

-¿Diferentes?-

-Más alegres. Ansiosas.- respondió el señor.

-Oh-

¿Así que Sibila también estaba alegre y ansiosa?

-Sibila lo demuestra menos pero yo la conozco, créame. Lo puedo notar-

Klauss no dijo nada y simplemente se limitó a caminar junto al señor Woodred.

-En estas canchas pueden jugar tenis y otros deportes. Es el lugar preferido de Zoe-

-¿Zoe?- preguntó Klauss ante el nombre desconocido.

-Oh, es verdad. No la conoció. Es parte del grupo de Iris y las demás. Confieso que tengo cierta predilección por estas cinco niñas. Pero amo a todas por igual, no piense que no. Cada una destaca en algo… Carmensita con su inteligencia, aprende muy rápido todo y es muy perspicaz. Iris es alegre y amorosa; Elizabeth con su arte, su espíritu creativo y su tranquilidad contagiosa, Sibila con su ostracismo pero con una lealtad incomparable, y Zoe con su humor y su espíritu competitivo. Conocerá a Zoe y le parecerá igual de encantadora que las otras, se lo aseguro- dijo con una sonrisa.

-No lo dudo, señor- respondió Klauss. Recordó cuando Iris le había dicho algo similar sobre Sibila, antes de conocerla. Pero no sintió la misma curiosidad por conocer a Zoe como la que sintió por conocer a Sibila. No podía existir nadie más perfecto que Sibila. No estaba enamorado de otra más que de Sibila. Ella era su obsesión.

-Allí está el establo- señaló el señor Woodred a un gran recinto de madera. Sibila ya había pasado y dejado a los caballos pero ya se había retirado. –Absolutamente todas las niñas, las diecinueve, aman cabalgar; por eso el establo es tan grande. Hay veinticinco caballos. Puedes montar cualquiera que desees con una excepción-

-El caballo de Sibila-

-Sí. No debes nunca, jamás, ni siquiera acercarte a él. Sólo deja a ella que se acerque-

Al terminar de ver los alrededores de la residencia, el señor Woodred dijo:

-Bien, esta es su casa-

-Muchas gracias señor y debo agradecerle por lo de la hostería. Insisto en que debo pagarle…-

-Ni una palabra, señor. Ni una palabra. Olvídese de eso-

-Muchas gracias, señor-

-Dígame William- dijo el buen hombre sonriendo.

Recordó a Sibila y su discusión por los nombres y no puedo evitar sonreir.

-Muchas gracias, William-

Y con eso entraron al salón principal de la mansión dónde una hilera de diecinueve niñas los esperaba expectantes.

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