sábado, 27 de septiembre de 2008

Esos tontos años...

Parte 5


No recuerdo tal cual los días que le siguieron a ese, pues todos eran iguales, todos esos días desolados tenían una cosa en común: el dolor. El dolor era inmenso, incontenible, pero atacaba en la noche. La noche se convirtió en testigo de mi sufrimiento. Sentía el típico dolor en el pecho, el calor de la sangre que salía por mi nariz, la tibieza de mis lágrimas que salían una tras otra. Mientras en mi cabeza sólo había una imagen, una sola: la de él y a su vez, el eco de mi voz que gritaba “¡Fran, Fran, Fran!” Me ahogaba con la almohada para no hacer el más mínimo ruido, reprimía los gritos que con tanta pena hubieran escapado de mi boca si hubiera estado sola en mi casa. Aproximadamente, hacía esta especie de ritual todas las noches, durante una o dos horas hasta que mi pulso y mi llanto se sosegaban y me quedaba dormida por el cansancio y el estrés. Durante el día, evitaba cruzarme con esa cara tan familiar, tan querida. Aunque millones de veces fue inevitable cruzarme con ella, sentía su vergüenza y la mía como si fuera una carga pero, él era una especie de cura: cuando pasaba a su lado, cuando lo rozaba, cuando lo descubría mirándome el fuego de la pasión y el cariño que sentía por él florecía de golpe: lo apreciaba demasiado, lo idealicé, pensar en él me producía lágrimas de felicidad. Es que no podía concebir en el mundo criatura más perfecta que él (se ahora que nadie es perfecto obviamente, pero en ese momento estaba “ciega” de cualquier cualidad negativa que pudiera poseer). Sorprendentemente éramos casi iguales y no tardé en razonar y concluir que estábamos predestinados. Era mi espejo, era mi yo más perfecto pero ahora puedo ver con claridad que inconcientemente veía lo que quería ver: el hecho de que lo haya idealizado tanto había escondido sus imperfecciones humanas y típicas de un adolescente, este ser era como cualquier otro ser humano de 15 años: inmaduro, inexperto, y obviamente con sus respectivas hormonas erupcionando como un volcán… Pasaban los meses y yo era una flor marchitada y seca a pesar de las lágrimas que salían con facilidad. Las canciones “sin miedo a nada”, “If you are not the one” y “si tu no vuelves” se convirtieron en himnos que facilitaban mi catarsis por las noches, el día se había transformado en un tiempo de preparación para esta, además de que era una viva imagen del acoso, ya que lo perseguía intentando hacer encuentros casuales. Lo gracioso era verlo a él, ya que como era extremadamente tímido, inmediatamente se le sonrojaban las mejillas, se tensionaba y alzaba el cuello con vista al frente (cualquiera que lo hubiera visto diría que tenía lastimados los pies, había visto un demonio o estaba jugando a ser un militar). Se tensionaba tanto que parecía como si ni una aguja pudiera penetrar su piel (sigue teniendo esas reacciones hasta hoy). Todos eso no me ayudaban en lo más mínimo pues mi cruel cerebro concluía la razón equivocada del porqué a estas reacciones…
Se acercaba la fecha de nuestro campamento anual y yo lo esperaba con ansias, lo esperaba pensando que sería un lugar de reposo, de asilo, de rehabilitación para liberarme del enamoramiento pero no fue así: no hubo día de esos cinco en los que no pensara en él con nostalgia y amor. Pero, a pesar de la enorme tormenta de mi mente, no fui sola a ese campamento: fui con mis amigos, esas criaturas maravillosas que estuvieron ahí conmigo en los momentos en los que las lágrimas tocaban las puertas de mis ojos pero sorprendentemente no lloré. Con respecto a los amigos, no tenía al mundo entero (ni nadie lo tiene, debo agregar) pero un puñado que podía contar con mis manos fueron mis doctores y mis psicólogos, uno en particular… Este alguien (quien tuvo y tiene un papel mucho más importante en el 2do y 3er año de mi secundaria) fue quien me acompaño en casi toda la jornada… Éramos amigos desde que yo había entrado en 7mo grado de primaria y aún lo seguimos siendo pero en diferente forma (que contaré más adelante). Hablamos sobre los temas serios y sobre los informales con total soltura y se convirtió como en una especie de hermano, o por lo menos así lo veía yo…
En ese campamento realmente la pasé bien y al no tener nunca un momento de soledad, las lágrimas y el dolor se habían tomado una semana sabática y realmente me sentí bien, aliviada, con menos peso…
Cuando volvimos, todo volvió a su estado normal, con lágrimas y todo… Pero seguía viendo a Fran como a un dios: sus ojos verdes eran tan profundos que cuando me miraban parecía como si revolviera mi alma descubriendo todos sus secretos, su figura esbelta se llevaba mis ojos a tal punto que era imposible desviarlos, y su piel de bronce que parecía de oro bañado al sol hacía que convirtiera mis manos en puños para evitar tocarla. Pero fueron en esas noches de delirios, entre esas lágrimas, esa melancolía cuando nació otra de mis muchas pasiones, cuando ponía “If you are not the one” y leía las instrucciones de cómo usar una casilla de blogger con un paquete de pañuelos en la mano, la pasión que ahora aplico y la que me libera: la pasión por escribir… La escritura sirvió como una terapia fácil de aplicar en cualquier papel, pues me descargaba en un diario cuando no tenía una máquina cerca. En clase o en casa: pluma y papel… Y lo hice como lo estoy haciendo ahora: escribiendo testimonios de mi vida en el pasado. El romance ayudó a que estos testimonios le agreguen un toqué dulce y agónico, esa marca tan particular en cualquier escrito sobre el amor. El dolor ayudó a hacerlos más como si fueran lamentos o susurros del viento. Los momentos de alegría les daban humor y cariño suaves o eufóricos como rayos de sol en primavera. Y la nostalgia les dio sabiduría, experiencia y aire sosegado. ¡Pero estoy divagando!
El año transcurrió así: persiguiendo en el día, llorando en la noche. De entre todas las ideas de mi cabeza, surgió una, pequeñita como una pepa de chocolate pero luminosa e interesante como una lamparita que mi cerebro identificó como una posible salvación: el suicidio…



Definitivamente tenía algo atravesado en el cerebro: el suicidio no era la solucion (obviamente), aunque lo rosé muy de cerca pero eso es algo que contaré más adelante...

4 comentarios:

Nay Tiyi dijo...

el amor es un arma de doble filo. Es hermosa cuando es reciproca y todo el mundo se ilumina con colores maravillosos y no podes quietarte la sonrisa... y es destructora cuando jamñas se consuma, destruyendonos, impidiéndonos pensar con claridad y haciendo que barajemos las opciones más absurdas.

Escribir también fue una catarsis para mí en un momento de mucho dolor, incluso lo sigue siendo hoy en día.

Espero que andes bien Iris ^^
Cuidate!!!!

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con Nay, no hay manera más bonita que desahogarse escrbiendo. Queda plasmado lo que alguna vez pensaste y en futuro puedes releerlo para darte cuenta de errores en tu vida o algo así ^^ He aprendido que uno no puede reprimir las cosas...Ya que cuando salen, salen terrible ...

Un beso! Cuidate!!!

Anónimo dijo...

El amor duele. Pero como dice mi madrina: "Se sufre pero se goza"

xD


p.d.: De verdad dice eso xD

Anónimo dijo...

El amor no correspondido es una fuente de belleza y sabiduría, una sabiduría vacía dirian muchos al no haber otorgado ninguna experiencia visible al mundo. Pero, ¿qué otro tipo de situación nos da la oportunidad de mirar dentro de nosotros de una manera tan intensa y tratar de interpretar lo que sentimos?

Por mucho tiempo he contemplado el tema del suicidio, me he llegado a formar una opinión descabellada o inmadura, dirían muchos, pero para mí mucho más cerca de la verdad que las opiniones que "la masa" tiene, esa censura que los medios le han inculcado. Por eso mismo, se que está fuera de mi alcance.

Yo hace realmente poco empecé a practicar la excritura como forma de autoconocimiento y autocomplacencia... siempre me dijeron que lo que yo escribía gustaba, pero todo a lo que hacían referencia para mí eran simplemente carcazas... tareas que resolvía hacer quince minutos antes de que llegara la ruta. Pero, ahora me doy cuenta que eso no era ni la mínima parte de mi capacidad... y aunque la mayoría de lo que escribo sólo es comprensible para mí... me gusta. Y digo eso porque soy lo bastante cerrada al mundo para transmitir un mensaje desencriptable en el que soy simplemente yo, no! Y las veces que lo he intentado me he dado cuenta que es un patrón subconsciente, que siempre que se trate de algo personal el verdadero mensaje sólo está claro para mi.

Jaj! que pereza! esta niña se extiende demasiado!

sry ^^

Kaho