domingo, 12 de abril de 2009

Seducción

La bella dama se viste con un vestido negro y con diamantes para camuflarse con la noche estrellada. Pintó sus labios y sus uñas del más intenso de los rojos.

Nadie la esperaba en esa fiesta porque ella era un total misterio. Sus ojos de hielo están anmarcados con el maquillage que hace juego con el vestido de gasa y seda y su pelo negro esta recogido en un elegante rodete, descubriendo su largo cuello.

Al llegar al castillo dónde explota una gran fiesta con grandes baquetes, llena de empresarios, músicos, escritores, actores y otras célebres almas, llama la antención de las señoritas y la de los jóvenes que estaban arrivando, mientras salen de de sus autos caros. Esta ninfa de la noche hace su aparición...

Al entrar al baile, más de una cabeza gira en su dirección. Las mujeres susurran y los jóvenes solteros, boquiabiertos, se deciden a tener la conquista de la noche.

La mirada fría y seria de la dama se posa en la mano del primer hombrecillo que se presenta y le pide bailar una pieza lenta y sensual. Se mueve como si la gracia la hubiera poseído, destacando entre la muchedumbre que danzaba a su alrededor. Congela a todos con su hielo, hecho fuego. Hasta que, de entre todas las caras, encuentra a la que estaba buscando, pero sin saberlo. A su presa: una cara que destacaba tanto como la suya, un jóven de cabello castaño y ojos verdes. Su rostro, de líneas rectas parecía vagar por el salón buscando algo hasta que se posa en el hielo de la dama. Había caído en su trampa...

La dama se contorsiona son despegar su vista de la de él, olvidando al hombre con quien bailaba. Ambos caén en un estraño hechizo y son concientes de ello. Se desean. Se necesitan. Sus ojos hacen su trabajo: se comunican, se hablan; los de ella, desde la pista y los de él, desde el pasillo dónde estaban los que no bailaban.

La dama lo provoca acercándose más a su pareja y el joven, por su parte, toma a una señorita y baila con ella, sin romper el contacto visual con esa misteriosa mujer de hielo. Las almas que estaban con ellos era sólo pobres instrumentos que utilizaban para cumplir con el objetivo que ellos deseaban: el encuentro.

Finalmente, termina la pieza y la hermosa joven se escabulle entre las personas, entre los griteríos y el tumulto, hacía uno de los jardines. El viento zarandeaba las hojas de los árboles y le erizaba el bello de los brazos. Ella sabía que él vendría, así se lo habían dicho sus ojos; y tenía razón: escuchó pasos tras ella, giró y lo vió: el joven de cabello castaño y ojos verdes, camuflado por su esmoquin, en la oscuridad de la noche.

Eran criaturas oscuras, magníficas y hermosas.

La dama lo ronda sin dejar de mirarlo. La electricidad de sus miradas era suficiente para comunicarse, no necesitaban de las palabras.

Hasta que ella acaricia su hombro y se apoya en él, quien, inmutable, suspira al sentir su aliento en su nuca.

Se gira y posa su mano en la espalda suave de la muchacha y acerca su cabeza hasta su cuello para aspirar su perfume, muy lentamente. La muchacha se sostiene de sus firmes brazos y disfruta de ese acercamiento tan íntimo, tan perfecto. Se sentía maginificamente vulnerable. Ambos nadaban en un profundo mar de éxtasis.

Luego de unos instantes, el comienza a elevar su cara, sin apartarla de la piel agena y ahí se produce la explosión de color y libertad. Ahí, cuando sus labios se funden formando un entrecruzamiento de carne.

La sensación de estar cayendo a un abismo los abrumó y en ese momento, el contacto visual se rompió y le dejarón la comunicación al tacto, suave y lento. En la noche silenciosa, dejándo las voces atrás, sólo existen ellos en la oscuridad...         

lunes, 6 de abril de 2009

"Hasta Luego" o "Adiós"

Nunca pensé que llegaría el momento de despedirme…
Lo veía imposible, el día que nunca llegaría. Lloré y recé porque no llegara. Pero aquí estamos: el día llegó y me desprendo de ti para siempre.
Se que te tengo que dejar ir y me da pena hacerlo. Me da cierta tristeza pero no lo suficiente como para morir de amor.
Mi mundo cambió y tú ya no eres su eje. He intentado todo para ganarte, para merecerte, para conquistarte pero hay ciertas cosas que no están en mi poder y el hecho de que te enamores de mí no es una de ellas. Me cuesta, por supuesto. Pero hay que saber cuando renunciar, dicen las abuelas y las madres y estoy renunciando a ti.
¿Sabes? Siempre te imaginé como una especie de ave: libre que vuela de mano en mano. Quise encerrarte en una de mis jaulas pero no pude atraparte, sólo te permitías posarte en mi mano. Pero no era suficiente para mí: quería encerrar tu belleza para apreciarla y guardarla sólo para mí. Pero te negabas a entrar en ella. Entonces, sacudí mi mano y te dejé volar. Para siempre.
Me alejé de tus territorios para encontrar los míos propios, para olvidarte pero aún así me invades y estoy cansada de eso. ¿Cómo podría desprenderme totalmente de ti, si te apareces sin más?
De ahora en más seremos conocidos -mi más grande temor- y cerraré mis ojos por un momento, cuando revolotees por mi ventana, avecilla.
Nadie te odia ni te ama tanto como yo, pero eso es algo que no necesitas saber… Ya no.
Es hora de que camine por mi misma y que deje de pensar en ti como en la llave de mi felicidad. Es hora de desprenderme de las antiguas ataduras. No te considero un parásito, pero la imagen de desprender una pulga de mi gata siamesa me viene a la mente. Te aferraste fuertemente a mi corazón y ahora estoy debilitándote y arrancándote de él.
Me da pena despedirme pero es un pequeño malestar que estoy dispuesta a soportar.
Por eso ahora, no me verás y si me ves no te hablaré, no volverás a ser lo que eras para mí. Nunca más.
Por eso te digo un “hasta luego” o un “adiós”…