lunes, 22 de diciembre de 2008

"Here comes Santa Claus!, Here comes Santa Claus!"


Bueno, bueno. Ahora mismo estamos en la víspera de la víspera de Navidad. Personalmente, amo esta época del año. Los shoppings y la avenida Santa Fe se atiborran de gente (estuve en el Alto Palermo ayer y simplemente es intransitable)  buscando regalos para los parientes y amigos. En mi caso, fui a Unicenter a comprar, contando, estuve 7 horas ahí dentro. Imagínense mis pies (tiranosaurio rex). Pero luego vale la pena: total y completamente. Los regalos perfectamente envueltos con sus nombres correspondientes en etiquetas con motivos navideños son obras de arte dignas de pintarse. Es un mar de moños y envolturas y no puedo ni mencionar cuando se abren y estas mismas envolturas quedan esparcidas en el piso…

La noche en que esperamos que den la 1.00 es más o menos así: casuelas de comida yendo y viniendo de mano en mano a través de una mesa similar a la de la Última Cena (larga como para ocupar 20 personas o más). Coca-cola: esencial. Gritos, risas, llantos por los recién nacidos (siempre hay uno en la mesa) y ansiedad por parte de los más pequeños por abrir los regalos. Al tiempo del postre, estos mismos se mueren por abrir esos regalos acomodados bajo el árbol lleno de luces. Crónica TV, con su clásica cuenta regresiva está en la tele para indicarnos cuando es Navidad. Yo disfruto del clima de unión y alegría que hay en el aire, los principales motores de la noche.

Cuando la noche dice 1.00 horas, comienza esa ola de papeles que mencioné anteriormente. Moños y esos “¡gracias!” y los “me encanta” y algunos “justo lo que necesitaba” o “justo lo que yo quería”. También hay alegría en mí por cierto mensaje de texto especial que me llega sin falta…

Volvemos a nuestras casas con bolsas y con los estómagos más llenos que nunca.

Y esto, es una versión resumida de lo que es la navidad para mí. Me da otro tipo de alegría, saludable y cómoda.

Por eso quiero decirles a todos lo que pasan por el blog, que tengan unas muy felices fiestas y que comiencen el mejor año de sus vidas…   =D


  


domingo, 21 de diciembre de 2008

Esos tontos años...

Parte 9


Cantaba, silbaba y bailaba. Me sentía impulsada por un aire de alivio y paz que me hacía extender alas invisibles. Mi propia alma se me escapaba en suspiros de enamoramiento cada vez que extrañaba. El era mi droga para todos los males, es más: parecía como si nunca hubiera padecido de dolor por otro. Era un “empezar de nuevo”, una esperanza, un bálsamo. El curaba todo. Lo idealice como la deidad más grande a quien le rendía culto, la quintaesencia de la belleza y yo estaba a sus pies. Estaba dispuesta a brindarle incluso mis propios órganos si los necesitaba. Lo único que me frustraba era que no sabía como demostrar todo esto.

Cuando lo veía mi corazón cantaba en mi pecho, explotaba de placer ante los abrazos y la tibieza de su piel. Examinar cada aspecto de su vida, su persona y todo su entorno se convirtieron en actividades primordiales que yo practicaba todo el día y cuando no podía porque estaba lejos de mí, ejercitaba mi memoria pensando en él. Me aferraba a sus recuerdos con uñas y dientes.

Encajábamos perfectamente: uno era el complemento del otro. Era una enamorada sin caso. Perdida y feliz. Volaba sobre las personas y me sentía por arriba del nivel de felicidad más alto alcanzado por un ser humano.

Sus cumplidos eran para mis oídos como la miel a la lengua y estos me provocaban un abrasador, implacable, apasionado y sobretodo placentero dolor en mi estómago al que, como había mencionado en entradas anteriores, me había hecho adicta.

Mis manos ansiaban enredarse en las suyas, en su pelo, y en cualquier otra parte de su anatomía. No me malinterpreten: no había tiempo para cosas como la lujuria adolescente, estaba tan conmocionada y confundida que no desee su cuerpo de esa manera, no en ese momento.

En las noches en las que todo el mundo dormía me escocían los ojos y las lágrimas brotaban tan dulces y tibias como pueden ser las lágrimas que salen del centro del corazón por un golpe de felicidad.

Aunque no nos tocamos lo suficiente: si mal no recuerdo, sólo nos dimos dos abrazos largos de esos en los que ninguna parte de él desea separarse. Eran más las palabras que otra acción. Sus palabras ganaban terreno en mi mente y me hacían olvidar dónde estaba parada y si el cielo era azul y las nubes blancas. Estaba asustada porque no sabía como proseguir. Sólo eran palabras ya que éramos dos almas tímidas y retraídas. Como yo nunca había tenido un acercamiento al amor como ese no sabía exactamente que hacer, entonces decidí que el tiempo lo diría. Nunca estuvimos solos como para darnos una confesión adecuada o palabras más allá de ser dulces, cosa que nos molestaba.

Yo estaba constantemente monitoreada por mi madre, por lo que no podíamos simplemente ir a pasear sin decírselo a ella y menos nosotros dos solos. Todo estaba en nuestra contra y sin embargo para mí era perfecto. Estaba en el quinto cielo.

El dolor que había mencionado antes, el del estómago, nublaba mi mente y cuando se alzaba sobre mí como una ola irrompible me envolvía. Como la adicción que era, tenía que volver a sentirla (creo que son las clásicas “mariposas”, aunque nunca haya sentido a ese placer como eso) y como el poder de sus palabras lo lograban estaba constantemente tratando de obtener cumplidos de él, y la forma que había encontrado era estar en el entorno de otros varones, ya que una de sus características era celoso y algo posesivo, lo intentaba una y otra vez y siempre obtenía el resultado que quería.

Día y noche se escabullía en mis pensamientos dejándome sin aliento…

Pero… se estaba acercando la puesta de sol de lo que era un día maravilloso y luego se vino la noche.

Porque… lo bueno… dura poco…  


Una parte corta por esta noche...

     

viernes, 19 de diciembre de 2008

Viento

Parte 10: La Nueva Obsesión de Iris.

 ¡Dios que hombre tan impertinente! Tendría que vigilarlo día y noche, pues no confiaba en el. Un hombre que trata informalmente a una joven que recien la conoce y que en este caso es su enfermera estaba fuera de las reglas básicas de educación. Pero… por otro lado… nadie la había tratada de esa manera tan inusual: la mayoría de los hombres con los que convivía la trataban con respeto y formalidad, incluso algunos demostraban cierto temor. Este hombre… no le tenía miedo en lo absoluto: era suelto, alegre y ¿seductor? ¡No!, seguramente tenía malas intenciones. Y había dicho que su nombre era hermoso… Ese había sido el primer cumplido de su vida.

Sibila estaba en medio de su reflexión cuando el doctor Lousett la solicitó. “Concéntrate en el plan: vigílalo” se dijo así misma… 



Iris se paró frente a un espejo del hospital. Se alisó el vestido y controló que su pelo estuviera presentable. ¿Por qué se obsesionaba tanto con su apariencia? Justo cuando pensaba en responderse esa pregunta Jane apareció en la puerta del cuarto con la respuesta:

 

-¡Vamos Iris, apresúrate, Klauss nos está esperando!-

-¡Apresúrate Iris!- susurraron Lizzy y Carmen que también querían verlo.

 

Esa era la razón: Klauss. La charla con Jane fue el empujón necesario como para sentirse atraída hacía el. Eso algo nuevo para ella y notó que quería impresionarlo.

El ocupaba todos sus pensamientos y eso le recordó que había conocido a Sibila esa mañana, lo que la hizo entrar en pánico. “¿Cómo lo habrá tratado?”, se preguntó. Deseó con todas sus fuerzas que Sibila lo haya tratado bien, aunque ella le aseguró que lo trataría como a un paciente más. Eso estaba bien, además, se harían amigos con el tiempo ya que el se alojaría en la mansión. Pero ella había desaprobado ese hecho…

Empujando todos sus pensamientos decidió reunirse con sus compañeras y dirigirse a la habitación de Klauss para aclarar algunas dudas y para verlo, por supuesto.

 

El mismo estaba convirtiéndose en un vegetal por el aburrimiento. Había tan poco para hacer. No, en realidad no había nada para hacer. En esos momentos se dedicaba a pensar en Sibila, la hermosa muchacha que había conocido esa mañana. ¡Oh, Dios! Sibila… Que hermosa resultó ser. “¿Sería así de hermosa su personalidad también?”, se preguntó.

Lo que puedo sacar de su personalidad fue que era una mujer seria que no mezclaba su trabajo con su vida personal. Lo bueno de ese aspecto era que el dejaría de ser parte de su trabajo y pasaría a ser de su vida personal porque convivirían bajo el mismo techo. Junto con… muchísimas otras niñas.

En medio de su cavilación lo abordó una masa de señoritas, compuesta por Carmen, Elizabeth, Jane e Iris.

 

Iris encontró a Klauss observando hacia el exterior de su ventana con un extraño brillo en los ojos que supuso ella que sería por querer abandonar el hospital.

 

-¡Señoritas! Que alegría verlas- dijo con una sonrisa pero aún estando ausente.

-¡Nosotras también estamos felices de verte, Klauss!- dijeron Carmensita, Lizzy y Jane. Iris sólo esbozó una sonrisa amigable y tímida, inusual en ella. -¿Cómo está tu pierna?- preguntó Elizabeth.

-¡Estupendamente!, no me duele- dijo él, mirando su pierna mala.

-Klauss, te traje algo para que no te aburras- dijo Carmen que sostenía una pequeña valija. Sacó de ella un pincel fina, una carpeta de hojas lisas y una caja de acuarelas.-No sé si sabes dibujar, pero te aseguro que no te aburrirás. Por lo menos a mí no me aburre…- dijo ella con una sonrisita.

-Oh, muchísimas gracias Carmensita, querida.-dijo su amigo mientras dejaba las pinturas y los utensilios sobre la mesa y los contemplaba. -¿Sabes? Yo aprendí a dibujar pero regalé mis pinturas a un amigo. Es una de las cosas que más disfruto hacer.-

Los ojos de Carmen se encendieron.- ¡¿Enserio?! ¡Entonces cuando vengas a la mansión tendré preparado el cuarto de dibujo!-

 

Luego de unos elogios y saludos Lizzy tomó la mano de Jane y la de Carmen y las tres dijeron:

-Emmm, Klauss, debemos irnos ahora, nos alegra haberte visitado, mucha suerte en estos días…- y se fueron. Jane le dio una última mirada confidencial a Iris.

 

Iris vaciló. No sabía que decirle pero pensó que ser amigable sería una buena forma para empezar.

 

-Hola Klauss- dijo con una sonrisa cariñosa.

-Hola, Iris, ¡no te quedes ahí parada, siéntate, por favor!-

 

Iris se sentó y recibió la sonrisa más tierna que Klauss haya podido darle nunca. Se le incendió el corazón, el cual empezó a galopar.

-¿Cómo estas?- le preguntó, dándose cuenta del silencio.

-Emmm… bien. Genial, estoy ansioso por salir de aquí- le respondió con una risa.

-¿Conociste a Sibila?-

-¡Sibila!- dijo el alzando un poco la voz y se le enrojecieron las mejillas.

“Extraña reacción”, pensó Iris. “¡Eso significaba que lo había tratado mal! ¡Oh, no!”, pensó.

-¡¿Te ha tratado mal?!- se alarmó ella.

-¡No, no! Me trató… bien. Es muy buena pero dime… ¿Siempre es tan cerrada?-

-Jaja, es sólo que no quiere mezclar el trabajo con su vida personal-

-¡Como lo supuse! ¿Sabes? Hicimos un trato: ella me trataría de “usted” y yo la trataría a ella de “Sibila” porque dice que soy un paciente y que debe tratarme como tal pero yo pienso que “Sibila” es un nombre muy bonito como para no nombrarlo ¿no crees? Además. Creo que tarde o temprano me llamará por mi nombre porque iré a la mansión y…-

Klauss no paraba de parlotear. Iris le sonreía pero… no paraba de hablar de Sibila. Algo que no comprendía estaba saliendo a la superficie de su mente.

-Y Sibila es muy hermosa, como Jane y tú habían dicho…-

Y allí lo entendió todo: le gustaba Sibila. ¡Oh Dios! Pero… Por supuesto que le gustaba; Sibila era bellísima, ella misma se lo había asegurado a Klauss. Comprendió que  se había esperanzado con el afecto de él que se había desvanecido desde el momento en que Sibila había pisado su cuarto. Pero, podía volver a ganar su cariño ¿no? Quizás, pero con la competencia que era Sibila… “¿¡Competencia!?”, pensó. ¡¿Llamaba a su hermana, a su amiga de toda la vida “competencia”?! y ‘¿¡ Y Klauss era el premio!? No, no, no…

Quizás él volvería a quererla si él la conocía mejor y tenía todo el tiempo que durara su estadía para que el la conociera, dado que su estadía era indefinida.

-¿Sabes, Iris? Ella no confía en mí…-

-¿Enserio?- y este hecho podía ser una ventaja porque Sibila lo evitaría.

 

De repente, se pegó mentalmente: ¿Qué importaba si ella se sentía atraída por él? Klauss parecía ser buena persona, el tipo de compañía que Sibila necesitaba, sólo que ella no sabía que lo necesitaba, no aún… Sólo Iris sabía que su hermana había pasado por muchas cosas, eso explicaba su personalidad cerrada y fría y tal vez Klauss podría hacer que se abra al mundo dado que parecía que nadie podía hacerlo, ni siquiera ella. Tal vez el podría derretir el hielo de su corazón. “¿Pero qué hay de mí?” preguntó la voz de su conciencia. “¡Pues, nada!” respondió. Lo quería, le interesaba pero Sibila lo necesitaba más, aunque ella aún no lo supiera.

“Solo… disfrutaré… de su compañía” pensó sonriéndole a su amigo ocultando algo que le molestaba… pena.       

 

jueves, 18 de diciembre de 2008

Extrañar

Kathy's song - Eva Cassidy

 

 

Veo el cielo y las nubes pasar, tomadas de la mano del viento. Un rayo de sol llega a mis pies y acarician el piso de madera. A través de la ventana veo el paisaje de la ciudad, mi ciudad y pienso en qué ciudad estarás tú... 

No olvidaré jamás el abrazo de despedida... Lo guardo en mi corazón y aún siento que estoy aferrada a ti.  ¿Qué estarás haciendo allí? En ese lugar al que yo no puedo ir... 

Vuelvo a ver el cielo y vuela una paloma. ¿Qué no daría por tener alas y volar hasta ti? Pues de la única forma en que puedo ir hacia allí es volando. 

Bajo mi cabeza y veo parejas pasar. Se abrazan aunque el calor del verano haga pegajosas sus pieles. Esa era la imagen que yo quería para nosotros pero... 

Vuelvo al cielo y me doy cuenta de que ambos estamos bajo él. Pareces tan lejano aún cuando estás  conmigo a un dedo de distancia. Ahora estas lejos en todos los sentidos pero sin embargo estamos bajo el mismo cielo. 

¿Qué estarás haciendo? ¿Durmiendo? ¿Comiendo? ¿Jugando? 

Parece que mi corazón y mi mente abandonaron mi cuerpo... Parece como si te los hubieras llevado contigo porque me siento vacía. 

Estoy ausente la mayor parte del tiempo imaginándote y pensando en ti... Por supuesto, ¿no se suponía que tenía que extrañarte? Si. Siempre. 

Te extraño desde que pusiste un pie fuera de mi casa, te extrañe desde que me di la vuelta en mi dirección y tú en la otra después de nuestro abrazo. Pero esto nunca lo sabrás porque no es mi intención perder tu amistad. Es cierto que debo conformarme con lo que tengo y tu amistad es el tesoro más preciado que tengo...

Me envuelvo entre la seda de las cortinas y me acuesto en el suelo. Las aves y las parejas pasan, deseando ser ellas y parte de ellas... 

Imagina tu sonrisa y tu perfil. Cada detalle de ti fascina mis ojos y mis labios se abstienen y se quejan del hambre.

Por supuesto, ¿no se suponía que debía extrañarte? Si. Siempre...  


martes, 16 de diciembre de 2008

"Desde el Cielo" III

Volví a dónde la había visto. Por suerte, nosotros podemos rastrear un alma específica: es un sexto sentido que tenemos y en este caso me resultó muy conveniente. De alguna forma, las almas tienen colores propios (los cuales nunca se repiten) que podemos ver y el color del alma que estaba buscando era celeste con una inclinación al púrpura, similar al cielo pálido de verano en las mañanas. Lo seguí entre el arco-iris de almas que envolvían el hermoso municipio de Coral Gables. Finalmente, este me guió hasta una bonita casa de ladrillos rojos, doble, de tejado negro y columnas, ventanas y puertas blancas. El barrio era de clase media-alta y eso significaba que su familia estaba en buenas condiciones económicas. Eso me alegró, porque hubiera odiado ver a una familia con niños de escasos recursos ya que en mi posición soy incapaz de ayudar (y el ángel de la suerte que ayuda a ganar la lotería tenia limitado el número de personas a las cuales el podía ayudar).
Poseído por la ansiedad, entré en la residencia, atravesando la puerta. Bueno, si del exterior era una joya de la arquitectura, del interior era el paraíso de un diseñador de interiores: estaba decorada con muy buen gusto, al estilo victoriano, con buena iluminación y con mobiliario de diferentes tonalidades de madera. “La recorrería más tarde”, pensé. Me concentré en las escaleras de la recepción, por lógica deduje que los cuartos estarían en el segundo piso. Siempre estaban en el segundo piso. Levité hasta él y me encontré con un largo pasillo con muchas puertas. Había dos cuartos de baño y noté cual era el de adultos, por los cerámicos blancos y grises de las paredes, y cual era el de los infantes por los toques rosas de las toallas y las jaboneas y también por el accesorio por excelencia de los baños: el patito de hule. Supuse que por ser tan femenino no había niños varones, sino niñas (en caso de ser más de una). Saltee una habitación que parecía ser de los padres cuando en una puerta ví colgado un cuadro de madera tallado que decía “Jocelyn”. Abrumado, abrí la puerta y me encontré con un cuarto sacado de una película de elfos: tenía paredes verde manzana con cuadros y dibujos enmarcados de mariposas. En los estantes había peluches de unicornios y muñecas de trapo y para rematar: hadas colgando del techo. Corrección: la habitación era una versión infantil del Señor de los Anillos y me sobresalté al escuchar una exhalación proveniente de un bulto pequeño escondido entre las sábanas que se hinchaba y desinflaba. Estaba tan atontado con la “escenografía” que me había olvidado completamente de que en los cuartos suele haber camas y que las personas suelen dormir en ellas. Con una risita mental me acerqué al misterioso bultito. El duendecillo que yacía ahí no era la muchacha que había visto. Esta era una niña de rizos castaños y una cara similar a la de las muñecas de porcelana: mejillas rosas, pestañas largas y unas manitas que sostenían con fuerza un peluche de un pony. Jocelyn… Probablemente esta era la hermana menor de la chica. Tenía rastros de ella: nariz pequeña y curva, la forma ovalada de su cara y unos labios rellenos. Me pregunté si sus ojos serían grises como los de su hermana.
Luego de asegurarme de que tenía lindos sueños (misteriosamente… era sobre ponys) abandoné su habitación.
Frente a su cuarto había otra puerta con un nombre tallado con letras elegantes que decían “Margaret”. Margaret… Me gustó ese nombre. Noté que era su cuarto porque el color de su alma se escurría por debajo de la puerta. La atravesé y me paralicé: era la hermosa muchacha que había visto en la calle. Sus ojos grises adormecidos por el cansancio, la cabellera ondulada, sus labios haciendo una mueca de satisfacción, su largo cuello inclinado a una hoja de papel… Que bonita era. Fue en esos momentos cuando desee volver a tener el sentido del tacto para poder acariciarle el hermoso cabello castaño, que tenía las mismas ondas que su hermanita, salvando que Jocelyn tenía el cabello más claro.
“Margaret”, dije y automáticamente se dio la vuelta, con sus ojos fijos en mí. “Oh Dio…”, pensé. No podía verme y sin embargo parecía como si me mirara. Era bellísima, se veía cansada y desconcertada y ahí fue cuando comprendí como me pudo oír. Verán, las personas pueden escuchar a los ángeles cuando tienen sueño o cuando están durmiendo (como en la película “Sexto Sentido”, me sorprendí al ver que al menos habían acertado en algo con respecto a los espíritus o los ángeles) y era claro que Margaret estaba en camino a los sueños. Y pude ver la razón: había sobre un escritorio una carpeta con cálculos matemáticos que supuse que eran tarea escolar, en su lugar me hubiera dormido también, recuerdo que odiaba los cálculos matemáticos cuando estaba vivo. Después ella se encogió de hombros y cerró su carpeta, luego se encaminó a su armario del que sacó un pijama. Cuando comenzó a sacarse las medias supe que ese era mi pie para irme pues no me gustó nunca estar presente en momentos cuando las personas necesitan privacidad en el baño, cambiándose o cuando tienen relaciones, no importa lo que yo sea. Más tarde, volví al cuarto y la observé dormir, arropada entre las sábanas, descansando apaciblemente. Me cercioré de darle un buen sueño: un prado verde con flores de colores, el cielo azul y niños riendo y jugando. “Dulces sueños Maggie, querida”, le dije y ella sonrió…

domingo, 30 de noviembre de 2008

Esos tontos años...

Parte 8


“¡Listo!”, pensé. En mi eufórica mente se dispararon frases como “la suerte está echada” o “ya tiré la bomba”. Con la baja autoestima que tenía imaginé que me rechazaría. Y luego mi mente pensó “¡Oh no! Fue una mala idea”, “¿Qué hiciste? Tonta, tonta, tonta” y “sos una maldita masoquista”. Mientras el escribía un mensaje balbuceaba “mala idea, mala idea, mala idea…”. Mi hermana consideró mi estado mental como precario por decir ese tipo de cosas esa noche. Esperaba recibir una disculpa lo más cordial posible, para no herir mis sentimientos pero lo que me contestó me asombró totalmente: “¿En serio? ¡Que lindo!”. ¿¡Qué demonios significaba eso!? De repente, un torrente de esperanza y alegría se disparó por todo mi cuerpo, tanta fue la dicha que tenía en mi interior que di un salto en mi silla y salí corriendo a mi cuarto para saltar en paz sin los ojos inquisitivos de mi hermana. Eso no era un rechazo, y no era una forma convencional de aceptar mis sentimientos pero fue lo suficientemente claro para mí como para pensar que aprobaba mis sentimientos. Volví a mi computadora para responder. Estaba en extremo eufórica, quería decirle un millón de veces “te quiero, te quiero, te quiero”. No podía soportar el hecho de que estaba tan cerca (dos o tres cuadras de mi casa) y a la vez tan lejos. Quería tenerlo cerca, quería… ¡Dios! Quería fusionarlo a mi cuerpo para toda la eternidad. Tenía una aterradora sobredosis de felicidad. Mi primer enamoramiento no había resultado como el arco iris, mis sentimientos no habían sido correspondidos pero este, este mismo, era diferente, totalmente diferente, este… me quería. Y así fue como él se despidió de mí en la conversación por Chat, diciéndome un “te quiero” que se introdujo lentamente como una espesa sustancia en mi corazón embadurnándolo de cariño y devoción. Lloré esa noche, pero no de tristeza. Había encontrado la parte que me faltaba en la vida. Me sentía completa y en el cielo. El paraíso me abría las puertas con calidez y resé cincuenta juramentos, elogios y agradecimientos a Dios por el inmenso regalo que me había dado y en ese preciso momento, en esa noche tan tranquila sentí lo que en muchas noches no había sentido… sentí paz. Mi alma estaba en paz. Yacía sobre la cama como un gatito en una almohada y amaba esa sensación de estar flotando, amaba la razón por la cual me sentía así, lo amaba a él.

Al otro día la casa se llenaba de mis silbidos y cantos. Evidentemente todos sospechaban que algo me había pasado. No lo mencioné simplemente porque no tenía ganas de decirlo. Pero se volvía tremendamente evidente cada vez que en una conversación el era llevado a colación.

Realmente no puedo recordar como sucedieron los días a la titulada “Confesión”, pero si recuerdo que estaban cargadas de conversaciones por MSN melosas y cariñosas con frases empalagosas entre nosotros (todavía guardo esas conversaciones). Amaba cada palabra que salía de él. Sus “te quiero” y otro tipo de frases amorosas me producían un placentero dolor en el estómago. Me volví adicta a ese dolor, era… magnífico y parecía como si el supiera exactamente que decir para provocarme ese cosquilleo violento. Lo idolatraba, realmente lo idolatraba. El estaba en mi mañana, en mi tarde y en mi noche. Siempre latente en mi mente. Sabía exactamente como arrancarme lágrimas con esos “te extraño”, con ese acercamiento posesivo que tenía conmigo cuando caminábamos juntos, con ese abrazo que duró tanto pero a la vez fue tan corto (en ese entonces fue el primer abrazo que el me había dado desde que nos conociamos).

En esos tiempos, la canción “Cheeck to Cheeck” (versión de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong) se convirtió en la que marcó esa época en mi vida. La primera estrofa comenzaba con un “Heaven, I'm in heaven” y me identificaba totalmente con esa frase porque efectivamente ahí era dónde me encontraba: en el cielo. Estaba en el cielo…              

¡No puedo dejar de escribir! simplemente no puedo, asi que sólo se retrasaran un poco las cosas... 

 

 

 

                                                                                                                                                               

viernes, 28 de noviembre de 2008

Hoy cumplo 16


Bueno, aparte de que hoy es mi cumpleaños nº 16 quería decir que 
soy una persona muy vaga, por lo cual tengo algunas materias 
pendientes para estudiar, asi que temporalmente no escribiré nada 
asi que felíz Navidad por adelantado =)


miércoles, 19 de noviembre de 2008

Viento

Parte 9: Sibila

 

-Lo conocerás mañana- dijo Iris sin darse la vuelta, contemplando las estrellas.

-Lo sé-

Y se marchó a su cuarto. Ella también sentía una muy ligera curiosidad por saber a quien conocería al otro día.       

 


El día que le siguió a ese fue igual de soleado, pero esta vez, Carmen y Lizzy decidieron quedarse en la mansión para practicar deportes con Zoe y para tener clases. Por parte del profesor Woodred, quien habia enviado docenas de criados para hacer una limpieza general de la casa por el invitado que iban a recibir, fue a dar clases de historia del arte. Así que la mansión Woodred era un auténtico revuelo de gente, trabajando de aquí para allá.

Iris y Sibila, como de costumbre, fueron a ejercer sus cargos de enfermeras.

 

-Sibi, ya se que no es necesario que te lo diga pero… trata bien a Klauss… ¿Puedes?- le dijo Iris mientras ralentizaba el paso de su yegua, a lo que Sibila hizo lo mismo.

-Lo trataré como a cualquier paciente, Iris. No hay razón para tratarlo mal pero aún así lo vigilaré porque discrepo de tu capacidad para juzgar a la gente- dijo su amiga mientras posaba sus grandes ojos verdes en los azules de ella.

-Bien, pero verás que estoy en lo cierto cuando digo que es buena persona- dijo Iris asintiendo para si misma con aprobación de su juicio.

 

Cuando llegarón al hospital, el doctor Lousett saludó a las jóvenes pero a Iris con una preferencia y un calor evidente que no le molesto a Sibila no le importó. Nunca se molestaba por entablar relaciones informales con sus compañeros de trabajo… o con los pacientes.

 

-Muy bien Sibila, debes atender al paciente del cuarto 8, es Klauss Queradim y lo atendió tu hermana ayer pero seguramente, todo eso ya lo sabes- dijo Frederic Lousett.

-Si señor, enseguida-

-Adios Sibi, nos vemos…  - dijo Iris y moduló un “trátalo bien” a la que Sibila puso los ojos en blanco.

Caminó por los pasillos lenta y sigilosamente hacia la habitación 8 para atender al paciente, con total desinterés…

 

Mientras tanto, Klauss estaba aburrido en su habitación, ansiaba que terminaran esos dos días que le quedaban para poder pasar todo el tiempo posible con Iris, la hermosa enfermera que había conocido el día anterior, tan delicada y con la belleza de un arcángel. Pero esos pensamientos se desvanecierón al pensar en la enfermera que lo atendería en los días restantes de hospital.

Sibila… Estaba desesperado por verla, casi tanto como por ver a Iris, pero por diferentes motivos. “Es muy hermosa” habían dicho ella y Jane. Que desesperada curiosidad era la que sentía. ¿Cómo sería ella? ¿Tendría la piel blanca y cremosa de Iris? ¿Sus ojos?

Pero todas la preguntas que se estaban formando en su mente se desvanecierón al ver entrar a una mujer con delantal de enfermera…

¡Dios mío… SIBILA! Gritó en su mente.

Era Sibila. Tenía que serlo. Inmediatamente luego de verla sus ojos eran como dos huevos. Se había paralizado completamente e incluso dio un salto en la cama.

Era… bellísima. ¡Dios, mucho más que eso! Su piel era arena blanca, su pelo: la oscuridad misma con espirales y sus ojos eran dos esmeraldas brillantes. Sus labios eran aterciopeladas almohadas delicadas y sus pómulos: coloreados de rosa. ¡Cristo! Y su cuello era de una longitud imposible que se unía a un cuerpo que si él hubiera sido más indecoroso hubiera pensado en abalanzarse a él y utilizar cientos de formas de recorrerlo con brazos y labios.

Era la perfección encarnada…

Sibila, Sibila, Sibila… Sólo en ella podía pensar.

De repente su atracción por Iris le resultó incompleta y sin sentido. Ahora, en su interior tenía fuero, hielo, aire, agua, todos los elemento mezclados en un vórtice infernal… la locura misma se estaba apoderando de el.

Su belleza lo sacudió por dentro y quedó maravillado.

-¿Klauss Queradim?- dijo ella.

¡Su voz! Era un ave armoniosa y pura… diciendo suavemente su nombre.

Tardó en contestar e incluso tartamudeó. Su corazón sonaba como una estampida de elefantes.

-Sss… soy y… yo-

-Como usted debe saber, lo atenderé en estos dos días. Iris está ocupada-

Y otra vez ese “usted”. ¿Qué tenían las mujeres de este pueblo con el “usted”?

-Por favor, llámame Klauss... ¿Sibila?-

-Y usted por favor, llámeme señorita o señorita Woodred. No se que tipo de trato tiene con Iris pero yo me manejo así con los pacientes… Profesionalmente…-

Era fría, pensó Klauss. Comprendió que si quería conquistarla tendria que volcarse de lleno a la tarea. Y en plan de “conquistador”.

-Pero si vas a ocuparte de mí deberías tratarme de manera que me complazca. Además, no deberíamos ser tan formales Sibila- dijo con una voz aterciopelada.

Ese comentario heló a la enfermera. No lo esperaba.

-¿A no? ¿Eso piensa?-

-Si. “Sibila” es un nombre muy hermoso, que por cierto no se gasta. Me gustaría llamarte por tu nombre…-ronroneó Klauss con la esperanza de que el cumplido surtiera efecto y la ablandara.

Nunca le habían dicho que su nombre era hermoso…

Al ver que ella no respondía continuó:

-Me atrevo a decir que es de origen asiático… ¿Podría ser?-

Sibila volvió a la vida.

-No es importante mi nombre en esta conversación y ya que insiste, usted puede llamarme “Sibila” y yo lo trataré de esta forma. ¿Me expresé con claridad?-

-De momento esta bien, pero quizás sabes que tu hermaname ha invitado a hospedarme en su mansión, TU mansión, así que tarde o temprano me llamarás por mi nombre-

-Estoy consiente de que se hospedará en nuestra casa y yo lo estaré vigilando- dijo cruzandose de brazos la enfermera.

-Eso espero…- dijo Klauss explotando su expresión seductora.

-¿Sabe algo? Yo no soy Iris- Oh, por supuesto que no, pensó Klauss –No hago amigos como ella y no tengo relaciones especiales con los pacientes, así que le puedo decir que no confio en usted y que encuentro difícil afirmar que en el futuro te trataré como a uno-

-La confianza se ganará con el tiempo, Sibila y voy a perseverar…- dijo con una sonrisa enorme.

Le molestaba y le producía un cosquilleo extraño cada vez que él decía su nombre. Molestía y algo más que no pudo descifrar ni que se molestó en investigar.

El hombre era impertinente, sobervio y seguro de sí mismo. Tendría que sacar en limpio una forma de bajarle esa autoestima nociva para los demás…

Abruptamente cambió el tema.

-Como yo soy su enfermera venía a preguntarle si necesitaba algo.-

-Necesito…- “A ti” pensó –nada por ahora, quizás charlar-

-Es posible que venga Jane a visitarlo hoy-

-¿Tú no podrías quedarte a hablar?-

-Usted no es el único paciente, si necesita algo, aparte de hablar, llámeme. Hasta luego señor Queradim.- Y habiendo dicho esto Sibila abandonó la habitación.

Esa aparición lo había impactado. “Hermosa Sibila, ganaré tu corazón, cueste lo que cueste”…

 

Al salir de la habitación de Klauss, Sibila reflexionó.

¡Dios que hombre tan impertinente! Tendría que vigilarlo día y noche, pues no confiaba en el. Un hombre que trata informalmente a una joven que recien la conoce y que en este caso es su enfermera estaba fuera de las reglas básicas de educación. Pero… por otro lado… nadie la había tratada de esa manera tan inusual: la mayoría de los hombres con los que convivía la trataban con respeto y formalidad, incluso algunos demostraban cierto temor. Este hombre… no le tenía miedo en lo absoluto: era suelto, alegre y ¿seductor? ¡No!, seguramente tenía malas intenciones. Y había dicho que su nombre era hermoso… Ese había sido el primer cumplido de su vida.

Sibila estaba en medio de su reflexión cuando el doctor Lousett la solicitó. “Concéntrate en el plan: vigílalo” se dijo así misma…