domingo, 30 de noviembre de 2008

Esos tontos años...

Parte 8


“¡Listo!”, pensé. En mi eufórica mente se dispararon frases como “la suerte está echada” o “ya tiré la bomba”. Con la baja autoestima que tenía imaginé que me rechazaría. Y luego mi mente pensó “¡Oh no! Fue una mala idea”, “¿Qué hiciste? Tonta, tonta, tonta” y “sos una maldita masoquista”. Mientras el escribía un mensaje balbuceaba “mala idea, mala idea, mala idea…”. Mi hermana consideró mi estado mental como precario por decir ese tipo de cosas esa noche. Esperaba recibir una disculpa lo más cordial posible, para no herir mis sentimientos pero lo que me contestó me asombró totalmente: “¿En serio? ¡Que lindo!”. ¿¡Qué demonios significaba eso!? De repente, un torrente de esperanza y alegría se disparó por todo mi cuerpo, tanta fue la dicha que tenía en mi interior que di un salto en mi silla y salí corriendo a mi cuarto para saltar en paz sin los ojos inquisitivos de mi hermana. Eso no era un rechazo, y no era una forma convencional de aceptar mis sentimientos pero fue lo suficientemente claro para mí como para pensar que aprobaba mis sentimientos. Volví a mi computadora para responder. Estaba en extremo eufórica, quería decirle un millón de veces “te quiero, te quiero, te quiero”. No podía soportar el hecho de que estaba tan cerca (dos o tres cuadras de mi casa) y a la vez tan lejos. Quería tenerlo cerca, quería… ¡Dios! Quería fusionarlo a mi cuerpo para toda la eternidad. Tenía una aterradora sobredosis de felicidad. Mi primer enamoramiento no había resultado como el arco iris, mis sentimientos no habían sido correspondidos pero este, este mismo, era diferente, totalmente diferente, este… me quería. Y así fue como él se despidió de mí en la conversación por Chat, diciéndome un “te quiero” que se introdujo lentamente como una espesa sustancia en mi corazón embadurnándolo de cariño y devoción. Lloré esa noche, pero no de tristeza. Había encontrado la parte que me faltaba en la vida. Me sentía completa y en el cielo. El paraíso me abría las puertas con calidez y resé cincuenta juramentos, elogios y agradecimientos a Dios por el inmenso regalo que me había dado y en ese preciso momento, en esa noche tan tranquila sentí lo que en muchas noches no había sentido… sentí paz. Mi alma estaba en paz. Yacía sobre la cama como un gatito en una almohada y amaba esa sensación de estar flotando, amaba la razón por la cual me sentía así, lo amaba a él.

Al otro día la casa se llenaba de mis silbidos y cantos. Evidentemente todos sospechaban que algo me había pasado. No lo mencioné simplemente porque no tenía ganas de decirlo. Pero se volvía tremendamente evidente cada vez que en una conversación el era llevado a colación.

Realmente no puedo recordar como sucedieron los días a la titulada “Confesión”, pero si recuerdo que estaban cargadas de conversaciones por MSN melosas y cariñosas con frases empalagosas entre nosotros (todavía guardo esas conversaciones). Amaba cada palabra que salía de él. Sus “te quiero” y otro tipo de frases amorosas me producían un placentero dolor en el estómago. Me volví adicta a ese dolor, era… magnífico y parecía como si el supiera exactamente que decir para provocarme ese cosquilleo violento. Lo idolatraba, realmente lo idolatraba. El estaba en mi mañana, en mi tarde y en mi noche. Siempre latente en mi mente. Sabía exactamente como arrancarme lágrimas con esos “te extraño”, con ese acercamiento posesivo que tenía conmigo cuando caminábamos juntos, con ese abrazo que duró tanto pero a la vez fue tan corto (en ese entonces fue el primer abrazo que el me había dado desde que nos conociamos).

En esos tiempos, la canción “Cheeck to Cheeck” (versión de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong) se convirtió en la que marcó esa época en mi vida. La primera estrofa comenzaba con un “Heaven, I'm in heaven” y me identificaba totalmente con esa frase porque efectivamente ahí era dónde me encontraba: en el cielo. Estaba en el cielo…              

¡No puedo dejar de escribir! simplemente no puedo, asi que sólo se retrasaran un poco las cosas... 

 

 

 

                                                                                                                                                               

viernes, 28 de noviembre de 2008

Hoy cumplo 16


Bueno, aparte de que hoy es mi cumpleaños nº 16 quería decir que 
soy una persona muy vaga, por lo cual tengo algunas materias 
pendientes para estudiar, asi que temporalmente no escribiré nada 
asi que felíz Navidad por adelantado =)


miércoles, 19 de noviembre de 2008

Viento

Parte 9: Sibila

 

-Lo conocerás mañana- dijo Iris sin darse la vuelta, contemplando las estrellas.

-Lo sé-

Y se marchó a su cuarto. Ella también sentía una muy ligera curiosidad por saber a quien conocería al otro día.       

 


El día que le siguió a ese fue igual de soleado, pero esta vez, Carmen y Lizzy decidieron quedarse en la mansión para practicar deportes con Zoe y para tener clases. Por parte del profesor Woodred, quien habia enviado docenas de criados para hacer una limpieza general de la casa por el invitado que iban a recibir, fue a dar clases de historia del arte. Así que la mansión Woodred era un auténtico revuelo de gente, trabajando de aquí para allá.

Iris y Sibila, como de costumbre, fueron a ejercer sus cargos de enfermeras.

 

-Sibi, ya se que no es necesario que te lo diga pero… trata bien a Klauss… ¿Puedes?- le dijo Iris mientras ralentizaba el paso de su yegua, a lo que Sibila hizo lo mismo.

-Lo trataré como a cualquier paciente, Iris. No hay razón para tratarlo mal pero aún así lo vigilaré porque discrepo de tu capacidad para juzgar a la gente- dijo su amiga mientras posaba sus grandes ojos verdes en los azules de ella.

-Bien, pero verás que estoy en lo cierto cuando digo que es buena persona- dijo Iris asintiendo para si misma con aprobación de su juicio.

 

Cuando llegarón al hospital, el doctor Lousett saludó a las jóvenes pero a Iris con una preferencia y un calor evidente que no le molesto a Sibila no le importó. Nunca se molestaba por entablar relaciones informales con sus compañeros de trabajo… o con los pacientes.

 

-Muy bien Sibila, debes atender al paciente del cuarto 8, es Klauss Queradim y lo atendió tu hermana ayer pero seguramente, todo eso ya lo sabes- dijo Frederic Lousett.

-Si señor, enseguida-

-Adios Sibi, nos vemos…  - dijo Iris y moduló un “trátalo bien” a la que Sibila puso los ojos en blanco.

Caminó por los pasillos lenta y sigilosamente hacia la habitación 8 para atender al paciente, con total desinterés…

 

Mientras tanto, Klauss estaba aburrido en su habitación, ansiaba que terminaran esos dos días que le quedaban para poder pasar todo el tiempo posible con Iris, la hermosa enfermera que había conocido el día anterior, tan delicada y con la belleza de un arcángel. Pero esos pensamientos se desvanecierón al pensar en la enfermera que lo atendería en los días restantes de hospital.

Sibila… Estaba desesperado por verla, casi tanto como por ver a Iris, pero por diferentes motivos. “Es muy hermosa” habían dicho ella y Jane. Que desesperada curiosidad era la que sentía. ¿Cómo sería ella? ¿Tendría la piel blanca y cremosa de Iris? ¿Sus ojos?

Pero todas la preguntas que se estaban formando en su mente se desvanecierón al ver entrar a una mujer con delantal de enfermera…

¡Dios mío… SIBILA! Gritó en su mente.

Era Sibila. Tenía que serlo. Inmediatamente luego de verla sus ojos eran como dos huevos. Se había paralizado completamente e incluso dio un salto en la cama.

Era… bellísima. ¡Dios, mucho más que eso! Su piel era arena blanca, su pelo: la oscuridad misma con espirales y sus ojos eran dos esmeraldas brillantes. Sus labios eran aterciopeladas almohadas delicadas y sus pómulos: coloreados de rosa. ¡Cristo! Y su cuello era de una longitud imposible que se unía a un cuerpo que si él hubiera sido más indecoroso hubiera pensado en abalanzarse a él y utilizar cientos de formas de recorrerlo con brazos y labios.

Era la perfección encarnada…

Sibila, Sibila, Sibila… Sólo en ella podía pensar.

De repente su atracción por Iris le resultó incompleta y sin sentido. Ahora, en su interior tenía fuero, hielo, aire, agua, todos los elemento mezclados en un vórtice infernal… la locura misma se estaba apoderando de el.

Su belleza lo sacudió por dentro y quedó maravillado.

-¿Klauss Queradim?- dijo ella.

¡Su voz! Era un ave armoniosa y pura… diciendo suavemente su nombre.

Tardó en contestar e incluso tartamudeó. Su corazón sonaba como una estampida de elefantes.

-Sss… soy y… yo-

-Como usted debe saber, lo atenderé en estos dos días. Iris está ocupada-

Y otra vez ese “usted”. ¿Qué tenían las mujeres de este pueblo con el “usted”?

-Por favor, llámame Klauss... ¿Sibila?-

-Y usted por favor, llámeme señorita o señorita Woodred. No se que tipo de trato tiene con Iris pero yo me manejo así con los pacientes… Profesionalmente…-

Era fría, pensó Klauss. Comprendió que si quería conquistarla tendria que volcarse de lleno a la tarea. Y en plan de “conquistador”.

-Pero si vas a ocuparte de mí deberías tratarme de manera que me complazca. Además, no deberíamos ser tan formales Sibila- dijo con una voz aterciopelada.

Ese comentario heló a la enfermera. No lo esperaba.

-¿A no? ¿Eso piensa?-

-Si. “Sibila” es un nombre muy hermoso, que por cierto no se gasta. Me gustaría llamarte por tu nombre…-ronroneó Klauss con la esperanza de que el cumplido surtiera efecto y la ablandara.

Nunca le habían dicho que su nombre era hermoso…

Al ver que ella no respondía continuó:

-Me atrevo a decir que es de origen asiático… ¿Podría ser?-

Sibila volvió a la vida.

-No es importante mi nombre en esta conversación y ya que insiste, usted puede llamarme “Sibila” y yo lo trataré de esta forma. ¿Me expresé con claridad?-

-De momento esta bien, pero quizás sabes que tu hermaname ha invitado a hospedarme en su mansión, TU mansión, así que tarde o temprano me llamarás por mi nombre-

-Estoy consiente de que se hospedará en nuestra casa y yo lo estaré vigilando- dijo cruzandose de brazos la enfermera.

-Eso espero…- dijo Klauss explotando su expresión seductora.

-¿Sabe algo? Yo no soy Iris- Oh, por supuesto que no, pensó Klauss –No hago amigos como ella y no tengo relaciones especiales con los pacientes, así que le puedo decir que no confio en usted y que encuentro difícil afirmar que en el futuro te trataré como a uno-

-La confianza se ganará con el tiempo, Sibila y voy a perseverar…- dijo con una sonrisa enorme.

Le molestaba y le producía un cosquilleo extraño cada vez que él decía su nombre. Molestía y algo más que no pudo descifrar ni que se molestó en investigar.

El hombre era impertinente, sobervio y seguro de sí mismo. Tendría que sacar en limpio una forma de bajarle esa autoestima nociva para los demás…

Abruptamente cambió el tema.

-Como yo soy su enfermera venía a preguntarle si necesitaba algo.-

-Necesito…- “A ti” pensó –nada por ahora, quizás charlar-

-Es posible que venga Jane a visitarlo hoy-

-¿Tú no podrías quedarte a hablar?-

-Usted no es el único paciente, si necesita algo, aparte de hablar, llámeme. Hasta luego señor Queradim.- Y habiendo dicho esto Sibila abandonó la habitación.

Esa aparición lo había impactado. “Hermosa Sibila, ganaré tu corazón, cueste lo que cueste”…

 

Al salir de la habitación de Klauss, Sibila reflexionó.

¡Dios que hombre tan impertinente! Tendría que vigilarlo día y noche, pues no confiaba en el. Un hombre que trata informalmente a una joven que recien la conoce y que en este caso es su enfermera estaba fuera de las reglas básicas de educación. Pero… por otro lado… nadie la había tratada de esa manera tan inusual: la mayoría de los hombres con los que convivía la trataban con respeto y formalidad, incluso algunos demostraban cierto temor. Este hombre… no le tenía miedo en lo absoluto: era suelto, alegre y ¿seductor? ¡No!, seguramente tenía malas intenciones. Y había dicho que su nombre era hermoso… Ese había sido el primer cumplido de su vida.

Sibila estaba en medio de su reflexión cuando el doctor Lousett la solicitó. “Concéntrate en el plan: vigílalo” se dijo así misma… 

sábado, 8 de noviembre de 2008

"La Mujer del Balcón"

One night - The Corrs


“Sentada en sillón relleno de algodón espero… ¿qué espero? Pues nada… En realidad no sé que esperar… Este sillón es tan cómodo que podría dormir un rato. No suena mal. Después de todo, sólo dormí pocas horas anoche, por querer observar la oscuridad y luego el amanecer en el balcón. Extraña rutina pero me gusta hacerla. El balcón es… mi “conexión con la ciudad y sus calles”.Pero, en realidad, el motivo oculto de esa rutina es que “nunca se sabe quien puede pasar por tu casa”. Si, eso es. Espero a alguien: espero, espero y espero. Quizás si espero en el balcón me puedo encontrar a alguien, a un ser querido, alguien a quien amo y alguien en particular.

En medio de mi letargo escucho un llamado, una música conocida que me llama. Esa canción, que es un himno para mí, que simboliza mi amor y mi compromiso hacia él, y este  me lleva al balcón. Siempre caben esperanzas en mí de que tal vez algún tesoro cruce la calle… Por eso espero, pacientemente. Sentada en medio de la oscuridad y las hojas de los árboles cantando mi himno de amor, aguardo. No  molesto a nadie con mi canto porque es más como un susurro que se funde con la brisa que sacude a los árboles que están pegados a la ventana. Los insectos aprendieron a ignorarme. Ya ni siquiera me importa que las hormigas suban por mis pies o por mis manos aunque de vez en cuando un mosquito se molesta en alimentarse de mí.

Mientras canto mi canción veo a los peatones: caras nuevas (siempre son nuevas) con miradas concentradas, idas, tristes, felices o inexpresivas. La mayoría de ellas tienen esta última característica. Por cada alma que pasa, pasa una historia también. Una vida, con sus respectivos sueños y pasiones. Con el paso de las horas, las calles se van vaciando, dejando un paraje desolado y tranquilo.

Pero ahora me encuentro en una situación delicada: camino en el límite entre el canto de amor y promesa o un canto de desamor y tristeza. Estoy a punto de caer en la pena, pero tengo que evitarlo. Tengo que evitar caer… Pero ¿Cómo evitar la ola de dolor que se acerca peligrosamente a mí? Pensar en el a quien le canto puede ayudar por eso imagino las mejores escenas y gracias a Dios el dolor se disipa.

El… a quien estoy honrando, no aparece… Mi visión es limitada al igual que la vista de la calle que tengo disponible. Eso me entristece. No puedo verlo. No aparece… Por eso todas las noches, efectúo mi ritual. Canto el himno de amor y espero, espero pacientemente por esa persona que tanto amo, rezando para que pase. Para que me vea, para que pueda tocarlo, abrazarlo y saludarlo. Para satisfacer a mis ojos con la imagen que hace tanto tiempo que no puedo ver.

Y así estoy: siempre me encuentro ahí, en la oscuridad, cantando y rezando por su deseada aparición, fusionándome con las baldosas hasta la salida del sol…”    

martes, 4 de noviembre de 2008

Esos tontos años...

Parte 7

Fue una revelación insólita. De repente, todas mis penas y dolores habían desaparecido. Tenía a un nuevo dios con una nueva religión que iba a venerar por otro largo período.

Cuando salíamos, lo miraba con otros ojos, quizás con un afecto que parecía, a los ojos de los demás, sobrepasado o demasiado grande como para pretender una simple amistad. Ya comenzaba a ser sospechoso. Sospechoso para todos pero no para él… De alguna forma el recibía todo mi sobrecargado afecto sin inmutarse. Me trataba con normalidad, pero cuando mi hambre de querer tocarlo era un dolor punzante y me llevaba a hacerlo, él, respondía a mis caricias con normalidad, casi con placer. Eso me dio esperanzas y eso no era del todo bueno. Es que, tengo una necesidad: siempre, antes que nada, quiero dejar en claro mis sentimientos hacia alguien, quiero que lo sepa, para hacerle ver que siempre estaré esperando. Por eso, la necesidad de confesarle mis sentimientos a este individuo se sentía como un tema insistente en mi mente, importante, vital para seguir. No podía soportar su ignorancia con respecto a mis sentimientos y el hecho de que el parecía corresponderme lo hacía más difícil y me predisponía más a decirlo. No era la primera vez que me confesaba pero tenía que probar… Tenía que intentarlo…

Pero cuando salíamos nada más importaba en el mundo. Tenerlo cerca era mi salvación. Su piel suave era la cura para todos mis males y sus ojos eran el incentivo necesario para poder confesármele.

Incluso cuando no estábamos juntos usábamos el Messenger para hablar. No hubiera podido ser de otra forma, porque no podía separarme de él. Obviamente lo idealice y lo puse en un pedestal. Antes, lo veía como una persona con quien hacer bromas y reír, pero luego, además de eso, vi con aumento sus facciones, observé cada detalle de su ser e imaginé su alma. Noté cada gesto y analice cada movimiento que hacía. Mi vida adquirió un nuevo significado y un propósito: amarlo. Amarlo todo el tiempo que pueda y lo más que pueda. Venerarlo hasta que no haya otra cosa en la vida que pueda hacer. Pues era mi única función. Dentro de mí, sentía que había nacido sólo para amarlo y venerarlo.

Como había mencionado, quería confesar mis sentimientos, TENIA que hacerlo, se convirtió en una necesidad que me iba cubriendo y acechando cada vez más frecuentemente pero tenía miedo… Yo sabía lo que iba a pasar si mis expectativas eran erróneas: mis esperanzas se desplomarían, caería en una depresión, desesperación y dolor que ya conocía y que sabía muy bien que acabarían conmigo pero por sobretodos las cosas, lo más doloroso sería perder su amistad. ¿Valdría la pena mostrarle mis sentimientos verdaderos si después, si eran rechazados, no me quedaría ni siquiera con una amistad? No sabía muy bien la respuesta, pero esa opresión a mis sentimientos era insoportable y tenía que hacer algo al respecto…

Una noche, estaba chateando con él. Hablábamos de trivialidades, como siempre. No puedo recordar a qué vino a conversación seria de esa noche pero me dijo algo que me dejo helada en la silla. Dijo que me quería, pero en el primer año. Inmediatamente le lancé millones de preguntas porque quizás, sólo quizás, a lo mejor seguía queriéndome, hubo mucha tensión en esa conversación y me respondió con un simple “no se” cuando le pregunté si me seguía queriendo. Esa era mi oportunidad, así que le dije “porque yo si gusto de vos”…    



Inocente, conciso, claro...