jueves, 7 de enero de 2010

Mujeres de Arena

Parte 5

15 de Abril de 1824

-Londres-

Evelina Merton Berry dormía en la mansión de Camden Town. Había dormido, gracias a los efectos del ron y del opio, que tomó y fumó luego de una exitosa estafa a un arrendatario de la alta sociedad londinense. Ella, Penny y Richard, su “pseudo-padre” y el de Penny.

Entre las sábanas de terciopelo y seda recordó cuando un año atrás en esa fecha había encontrado a una mugrosa y descuidada versión de Penny Trent bajo una carreta. Al traerla a la mansión se había impresionado por los lujos que había en ella: las alfombras, los muebles, los cuadros pero sobre todas las cosas, por la cocina y la comida. Evelina se asombró de la capacidad para meterse en la boca un muslo entero de pollo, junto con pan y vino. Esa noche Penny devoró la mitad del menú del día, dejando exhausta a la cocinera. Le había caído formidablemente bien a Richard, quién le aseguró a Evelina que le recordaba a ella misma cuando intentó robarle, hace ya tres años. Parecía ser así la metamorfosis de las personas al entrar al mundo de Richard Berry: conocía a una chica indigente a la que le veía “un sexto sentido”, una personalidad especial o un “algo” que le atraía, le enseñaba el arte de la estafa y las artimañas y la creatura desolada, desnutrida, pobre e insignificante gana fortuna, poder, felicidad y unos kilos más, cosa que le paso a Evelina y ¡eventualmente a Penny!

Su menuda amiga parecía haber nacido para ese oficio: se sintió cómoda en la mansión, cuidaba a los perros y a los caballos, acumulaba riquezas, se acostaba con un hombre diferente (o varios) casi todos los días, fumaba cualquier cosa y bebía cualquier cosa y, obviamente, comía como una vaca en celo. Su personalidad se tornó más extrovertida. Richard sostenía que iba a ser una de las reinas de los ladrones, por la forma en que había aprendido lo que le había enseñado. Sólo él mismo y Evelina eran mejores. Dormía con un arma bajo la almohada. Gran tiradora, excelente esgrimista y de inteligencia agudísima… Toda una máquina asesina. Sólo tenía confianza en Evelina, Richard… y la cocinera.

Con Ivy, especialmente, entabló una gran amistad: era su mejor amiga, su hermana y su guarda espaldas. De alguna forma, Penny pensaba que ella le había salvado la vida, así que estaba en deuda con ella. Si su amiga corría peligro, se encargaba de sacarla del lío, aunque rara vez era necesaria. Se podría decir que Penny se arrancaría una mano por ella.

Evelina esbozó una sonrisa al recordar a la menudita Penny, en camisón con una pistola en la mano, que acababa de utilizar en la frente de un ladroncito inexperto que trató de hacerse con los jarrones chinos de la biblioteca el mes pasado.

Cuando Penny Trent tenía un arma en la mano, era mejor no ser su blanco. Incluso si estaba de mal humor las paredes recibían alguno que otro agujero, la biblioteca tenía tantos que parecía un queso.

Esa fecha también le recordaron otras cosas: se cumplían catorce años desde la muerte de su madre, más bien, el asesinato de su madre, luego de haber sido brutalmente violada. ¡Y por un maldito miembro de la asquerosa milicia! “Al servicio de Su Majestad” como no… A partir de ese momento odió a toda autoridad, a todo hombre que lucía esa horrorosa casaca roja. Cada vez que veía uno, recordaba al violador y asesino de su madre. Recordaba sus ojos, que brillaban con lascivia, la forma en que le sonrió luego de apuñalar a su amada madre… Una lágrima resbaló de la comisura de sus ojos y enfadada por ser tan débil, la secó rápidamente. ¡Estúpida milicia!

Se obligó a pensar en otra cosa como en que, en esa misma fecha, hace tres años, Richard la había “recogido” de las calles sucias de Londres para luego entrar en ese mundo de comodidades en el que vivía ahora.

Suspiró… Parecía que todos los acontecimientos importantes de su vida sucedían el 15 de Abril. Quizás debería hacerse un tatuaje con esa fecha o hablar con alguna gitana, que conocía muchas, amigas de Richard.

Richard… Su salvación, su amigo, su padre, su maestro. No sentía resentimiento alguno por hacer lo que hacía. Estaba resentida con la sociedad y con la ley. Él era el amor y señor de todo el bajo mundo de Londres y ella era la heredera, ¿qué más podía pedir?

Pero… de pronto, se dio cuenta de que no era lo que ella quería. No… no era suficiente. Contemplando en la oscuridad una pintura que tenía en su habitación, frente a la chimenea; en ella había grandes embarcaciones, luchando contra una tormenta en el mar embravecido, con olas gigantes.

Una palabra resonó con un eco en su mente y la golpeó en forma de una gran revelación: “piratas”

¡Eso era! ¡Eso quería ser! ¡Quería ser pirata! Quería navegar, emborracharse en las islas del Caribe, quería fiestas alocadas todas las noches, botines y más botines, acompañado todo esto, con la belleza y la tranquilidad que le inspiraba el mar. Resumido, quería ejercer sus dones… pero en el agua. Y con semejante epifanía se dirigió corriendo a la habitación de Penny.

Su amiga roncaba… Había botellas de todos los tipos de alcohol vacías y medio llenas, desperdigadas por todo el cuarto. Entre ese mar de sábanas la menuda Penny dormía desparramada, abrazada a una botella de ron y enredada a un joven que había conocido la noche anterior.

Ivy entró sin llamar a la puerta y gritando dijo:

“¡Penny! ¡Acabo de tener una revelación!”

“¿Qué demo…? ¡¿Sabes qué hora es?! “preguntó Penny, al comprobar con la poca luz del alba que eran las seis. Evelina escuchó la voz de su amiga que denotaba sueño y resaca.

“No importa eso… ¿Quién es este?” preguntó haciendo un gesto con la cabeza señalando al hombre que abrazaba la cintura de Penny.

“Esto es Jean-Pierre o lo que queda de él. ¿A qué viniste?” preguntó mientras tomaba un poco del contenido de su botella.

“Tengo que contarte algo: ¡piratas!”

“¿Qué?”

“¡Piratas, Penny! ¡Piratas!” dijo dando saltitos en el marco de la puerta.

Luego de despertar a Jean-Pierre y dejarlo en el pasillo con sólo una sábana como prenda, le pidió a Ivy que se explicara.

“Ahora explícame bien porque repites “piratas” como una idiota y que sea una buena explicación porque tengo resaca, son las seis de la mañana y estoy de mal humor”

“No hay diferencia con tu estado habitual. Mira, estaba pensando en la cama y me surgió una idea genial: ¡¿Por qué no nos dedicamos a la piratería?! Dijo excitada como un niño mientras cruzaba sus piernas en la cama. “¡Seamos piratas, Penny! Richard controla tierra y nosotras controlaremos los océanos. ¡Viajaremos por el mundo y ningún idiota de la milicia nos detendrá! ¡Sremos insuperables!”

“Hey, y yo que pensaba que fumaba mucho opio, ¿existe algo más fuerte?” preguntó, mirando a Ivy como si tuviera un cuerno en la frente.

“Que tonta, Penny. Tendrías más alcohol”

“Mira a tu alrededor, Ivy ¿te parece que puede haber más alcohol que este?” dijo abarcando todas la botellas de cuarto que estaban aún sin abrir, tiradas en el suelo.

“Tendrás más hombres…” intentó Ivy.

“Y definitivamente no viste a Jean-Pierre con más detenimiento”

“Vamos Penny… Quiero aventuras, quiero salir de Londres. Siento que hay algo mejor que nos espera. Ahí, pasando el puerto… Por favor…” suplicó, tomando la mano de Penny entre las suyas.

Su amiga reflexionó. Sería bueno cambiar de aires y últimamente notaba a su amiga muy inquieta… Tal vez tenía razón. Cuando Evelina Merton Berry tenía un presentimiento no debía tomarse a la ligera. Además quería probar esa extraña comida asiática a la que le llamaban “sushi”.

“Está bien” se rindió.

“¡¡GRACIAS!!” dijo Ivy tras abrazarla. “Hay que avisarle a Richard” dijo, al saltar de la cama.

“¿A esta hora? Te pegará un tiro, por más de que seas su amada hija” le dijo Penny rascándose la barriga.

“Tienes razón. Volveré a dormir y luego le diremos nuestros planes”

“Si, si…” dijo Penny, acomodándose en la cama para retomar el sueño. “Trae a Jean-Pierre ¿quieres?” entre bostezos.

“Si, claro” dijo Ivy, pero su mente estaba ausente, lejos, navegando…

“Piraras” pensó…

1 comentario:

Ann dijo...

no se si ya te lo habia dicho, pero me encanta lo k escribes ^^ sigue chica que quiero otro capi :P